En la soledad de la blogosfera y ante la ausencia de comentarios (no va por vosotros incondicionales anónimos), uno no puede evitar sentirse algo perdido de vez en cuando. Exactamente como ocurre en la ‘primera vida’.Decides escribir en tu blog personal lo que te da la gana: versiones de las impresiones que se quedan en la retina a diario; resúmenes encubiertos de horas de diván; desahogos indirectos que no merece la pena ser convertidos en directos; exabruptos soterrados como ejercicio de reconciliación interna; historias ficticias que esconden una real; retratos de actitudes ajenas; comentarios que surgen tras captar una imagen imposible en la calle… y tantos y tantos argumentos. El día a día, el minuto a minuto, segundo a segundo, cabezazo tras cabezazo dan para mucho.
Tenía unos minutos para perder y decidí deshojar las rayitas del reloj leyendo posts de aquí y allá. Y de pronto, me encuentro con la columna de la Revista del verano de El País, y en concreto con la de Daniel Sánchez Arévalo... y más en concreto con ésta: Mi sesión de terapia. Sólo puedo mostrar mi admiración, mi identificación total con cada palabra que escribe, que derrama y que expulsa como ejercicio personal. Y añado un Olé, olé y olé.
Muchas gracias, Daniel, por regalarnos tus impresiones; un buen sentido.
Comentarios
lo cual enlaza un poco con tus lamentos en esta entrada y me toca entonar el mea culpa por ser uno de esos anónimos (bueno, ya no tanto ;) ) que disfrutan de tu blog sin dejar comentarios.
aprovecho para decirte que me ha gustado el cambio que -creo- le has dado en los últimos tiempos al blog, dándole más rienda suelta a tu vena literaria. de verdad que se pasa un buen rato leyéndolo.
un saludo y gracias de nuevo!
Gracias, Daniel, por resaltar en tu blog un artículo de prensa que nos hace cavilar un rato.