
Román Vidilla, hijo, reaparecía dos horas después de la muerte de su padre. Aturdido y lleno de harina inteligente se presentó en el depósito de cadáveres para reconocer el cadáver. El forense, Morado Pena, con parche en el ojo y acta de palo, entendió todo a la primera.
-No es la primera vez que ocurre, ¿sabes?
-Lo sé.

-Qué tal con el vacío
-Estoy lleno. Saturado. ¿Has estado ahí?
-No, me lo han descrito varias veces.
-¿Y sabes por qué mi padre no ha pasado?
-Según me cuentan los expertos, sólo pasan los que antes se han matado a pajas. Y me parece que tu padre estaba demasiado vivo con tres hijos.
-Desde hoy no pienso matarme más...
-Le debes un hijo a tu padre
-Y a mí mismo.
-Sí, pero piensa que el roce con el vacío le deja a uno mermado.
-Bueno, ya lo estaba antes
-Ya, lo que ocurre es que ahora quieres, pero no puedes.
-Lo asumo. Si me tiré al vacío por mi cuenta, ahora tendré que responder... por la mía.
En el entierro estaban todos, menos él. La harina inteligente le volvía invisible. Sólo el forense sabía lo ocurrido; pero ésta y la de la harina son dos largas historias aparte. El camino que le queda a Román hijo es largo, pero tiene tiempo para revivir lo que ha matado de sí mismo. Seguiremos informando.
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M.