Salgo de casa con mi chica, vamos a cruzar la calle, pero un enorme Mercedes se salta el semáforo, frena en seco y se queda en mitad del paso de peatones. Miro al conductor con cara... poco conciliadora, más que nada porque casi nos atropella. Inmediatamente él –un señor de unos setenta y pico- me mira con culpabilidad y levanta las manos (como si le estuviera yo apuntando con una pistola). Puedo leer en sus labios, a través del parabrisas, cómo compulsivamente repite: perdón, perdón, perdón, perdón. Está claro que es consciente de su torpeza; no es que yo le haya intimidado. Me ablando y seguimos la marcha.
Llegamos a mitad del bulevar y recordamos otros episodios similares a éste y cómo mucha gente pasa absolutamente de pararse en este paso de peatones en concreto. En mitad de la conversación un motorista nos interrumpe. ¿Cómo? Se mete de la carretera a la zona peatonal, de nuevo, otro que casi nos atropella. A mi chica y a mí, pero también a otros viandantes que iban detrás. En este caso, el tipo sigue a lo suyo hasta llegar a su destino. Ni perdón, ni culpabilidad, ni nada de nada... Nos entra la risa floja.
Nos dirigimos al supermercado. Caminamos unos 50 metros y me paro en el kiosko (no el de "paquito") de la plaza. Un señor de dos metros, con (o por) un estómago de 1,80m, la Razón y la colección de relojes de época bajo el brazo, se gira sin darse cuenta que estoy detrás. Casi me atropella también. A su envergadura hay que sumarle algunos matices estéticos: de su cara le cuelga una barba estilo mitad Jaime de Mora, mitad Santa Claus; de la boca brota una gran pipa de madera que termina en una efigie de marfil tallada con un rostro muy similar al suyo. No se disculpa, ni me ha visto.
Seguimos. Un niño de unos 10 años nos adelanta a toda pastilla. Al poco, aparece su madre detrás gritando. ¡¡¡Google, Google!!!*. Le da alcance y le mete un par de cachetes en el culo. Y antes de llegar al supermercado, dos cosas más: una gitana nos echa mal de ojo y me llama calvo condenao... interpreto que por negarme a comprar un ramillete de romero.
Llegamos a mitad del bulevar y recordamos otros episodios similares a éste y cómo mucha gente pasa absolutamente de pararse en este paso de peatones en concreto. En mitad de la conversación un motorista nos interrumpe. ¿Cómo? Se mete de la carretera a la zona peatonal, de nuevo, otro que casi nos atropella. A mi chica y a mí, pero también a otros viandantes que iban detrás. En este caso, el tipo sigue a lo suyo hasta llegar a su destino. Ni perdón, ni culpabilidad, ni nada de nada... Nos entra la risa floja.
Nos dirigimos al supermercado. Caminamos unos 50 metros y me paro en el kiosko (no el de "paquito") de la plaza. Un señor de dos metros, con (o por) un estómago de 1,80m, la Razón y la colección de relojes de época bajo el brazo, se gira sin darse cuenta que estoy detrás. Casi me atropella también. A su envergadura hay que sumarle algunos matices estéticos: de su cara le cuelga una barba estilo mitad Jaime de Mora, mitad Santa Claus; de la boca brota una gran pipa de madera que termina en una efigie de marfil tallada con un rostro muy similar al suyo. No se disculpa, ni me ha visto.
Seguimos. Un niño de unos 10 años nos adelanta a toda pastilla. Al poco, aparece su madre detrás gritando. ¡¡¡Google, Google!!!*. Le da alcance y le mete un par de cachetes en el culo. Y antes de llegar al supermercado, dos cosas más: una gitana nos echa mal de ojo y me llama calvo condenao... interpreto que por negarme a comprar un ramillete de romero.
Y por último, un remolino de viento levanta del suelo todas las bolsas que hay tiradas entre coches y carritos. Están ahí, pero no solemos verlas; y claro con un golpe de aire se levan y alcanzan unos 70 metros de altura. Elsa porción del cielo, por un momento está adornada con confeti y cientos (no exagero) de bolsas de plástico semitransparentes. ¡Un cuadro impresionista!
Por cierto, la ruccula y el queso de cabra estaban buenísimos.
¡Salud!
* Ahora sé que se llama Google y no es ni un buscador ni un nuevo navegador. Tiene 10 años y es el hijo de una vecina llamada Raquel. En concreto se llama Google Millán Ruiz. Decidió regalarle ese nombre porque hace unos cuantos años una búsqueda le cambió la vida. Y él, Google llegó poco después, sin ser buscado. Raquel se encontró embarazada sin pretenderlo.
No sé qué encontró en el buscador que no había podido localizar por otros métodos. Nunca me lo ha contado, pero debió ser muy ‘grande’ para condenar de por vida al patrocinio a su único hijo. De momento la criatura no es muy consciente, pero creo que los padres de sus amiguitos ya hacen chistes. Me ahorro el ejemplo, no hace falta mucha imaginación para fabricar uno. Que qué pinta el padre en todo esto... Parece que estuvo de acuerdo desde el principio, es más, éste pretendía ponerle un segundo nombre: Google Manuel. El niño, por cierto, tengo entendido que tiene muy buen olfato.
Por cierto, la ruccula y el queso de cabra estaban buenísimos.
¡Salud!
* Ahora sé que se llama Google y no es ni un buscador ni un nuevo navegador. Tiene 10 años y es el hijo de una vecina llamada Raquel. En concreto se llama Google Millán Ruiz. Decidió regalarle ese nombre porque hace unos cuantos años una búsqueda le cambió la vida. Y él, Google llegó poco después, sin ser buscado. Raquel se encontró embarazada sin pretenderlo.
No sé qué encontró en el buscador que no había podido localizar por otros métodos. Nunca me lo ha contado, pero debió ser muy ‘grande’ para condenar de por vida al patrocinio a su único hijo. De momento la criatura no es muy consciente, pero creo que los padres de sus amiguitos ya hacen chistes. Me ahorro el ejemplo, no hace falta mucha imaginación para fabricar uno. Que qué pinta el padre en todo esto... Parece que estuvo de acuerdo desde el principio, es más, éste pretendía ponerle un segundo nombre: Google Manuel. El niño, por cierto, tengo entendido que tiene muy buen olfato.
Comentarios
De pequeña pensaba que los nombres bonitos costaban dinero y por eso la gente de menos recursos tenían nombres tan horrorosos. Cuando mi madre me sacó del error, no entendí como alguien podía hacer tanto la puñeta a un hijo. Desde aquí mis condolencias al pobre Google. El niño.
No me digas que no es "pa'matarles"
Tormento: ¿Te imaginas a Google con 20 años, con 30 o 40 haciéndose preguntas retrospectivas?
Anónimo: ¿Cuál es tu nombre? No te llamarás Explorer Benjamín? Confiesa!
Salud!