
Ayer pasó por ahí mi amigo “el negro” (que es prácticamente alvino). Enclenque y desmotivado en general, caminaba con las manos en los bolsillos, cabizbajo y con el ceño excesivamente fruncido. Se reconcomía pensando en el abandono al que le había sometido Julia. Tres años de relación pasto ya del pasado. Un rapero le tiró una nota, él respondió con una rima. Una reacción que le sobrevino espontánea, porque lo que se le pasaba por la cabeza era patear al rapero (al final se ‘desahogó’ con un tuno que ensayaba solitario en otro banco; me ahorro los detalles).
Lucas nunca ha abierto el libro. Nadie sabe muy bien a qué espera, pero ahí está… aguardando el momento. Los raperos no han escuchado jamás a Otis Redding ni a Wilson Picket, pero ahí están... Creen saber más música que nadie. Y de verdad, no lo hacen mal, pero se nota la ausencia de alguna referencia que otra. El pavo es joven y aún no sabe pelar la pava. Pero ‘el negro’ tiene toda la discografía de Ottis, de Wilson, está curtido en el tema de las relaciones (esto va por el pavo) y no hay cuento de Borges que no haya leído.
Entre pitos y flautas, entre rimas y palabras sueltas, entre plumas y avatares incómodos, ‘el negro’ antes de pagar su disgusto con el tuno, quiso poner una nota en común entre bancos. Aparcó la nota que le había tirado el rapero, arrancó su iPod de los bafles portátiles y colocó el suyo, enchufó The Midnight Hour a todo meter y antes de ponerse a cantar al mismo tiempo que Wilson Picket abrió el libro de Lucas y le dijo: aquí (señalando la primera página) empieza todo; Lucas sonrió agradecido… siguió leyendo. Los raperos impávidos… Y el pavo: comenzó a emitir un sonido gutural que parecía una carcajada.
El tuno, se llevó la peor parte.
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