Te capto, tío. Siento aquí dentro (tocándose el pecho) tus biorritmos. Eres de los míos aunque yo no sea de los tuyos. Lo supe en cuanto te vi. Te toco el hombro y me veo en tu interior recorriendo mi infancia, saltando de una búsqueda energética a otra; violando las leyes inversas que me clavaron en el cogote los santos patrones. Te miro a tus ojos de bronce y sé que piensas. Agarro tu mano alzada y aunque te muestras siempre tan hierático sé que podemos ser uno.
Se llama Rolando Brazo Rasante, tiene 23 años y no hay día que renuncie a su visita a la peana donde durante 46 años se ubicó la estatua ecuestre de Franco, en la plaza de San Juan de la Cruz (Madrid). No falla. Su madre, Manuela Bernarda Rasante ya no sabe qué hacer con él; con Rolando. Dice que se ha vuelto tan... "energético". Apenas sale a la calle. Lo hace para comprar el pan, para comparar unas nubes con otras y para distanciarse de los biorritmos ajenos, tan propios -dice- de sus desafortunados e insatisfechos perennes vecinos.
Le ha tratado de convencer de que esa estatua ya no está y de que el personaje del caballo no cuadra con sus energías, pero Rolando no atiende a razones; sólo a impulsos, y siempre con el fin de comunicar a un cuerpo la propiedad magnética, en otras palabras: Imantar. Manuela Bernarda está desesperada y pide ayuda... ya no puede más.
Se llama Rolando Brazo Rasante, tiene 23 años y no hay día que renuncie a su visita a la peana donde durante 46 años se ubicó la estatua ecuestre de Franco, en la plaza de San Juan de la Cruz (Madrid). No falla. Su madre, Manuela Bernarda Rasante ya no sabe qué hacer con él; con Rolando. Dice que se ha vuelto tan... "energético". Apenas sale a la calle. Lo hace para comprar el pan, para comparar unas nubes con otras y para distanciarse de los biorritmos ajenos, tan propios -dice- de sus desafortunados e insatisfechos perennes vecinos.
Le ha tratado de convencer de que esa estatua ya no está y de que el personaje del caballo no cuadra con sus energías, pero Rolando no atiende a razones; sólo a impulsos, y siempre con el fin de comunicar a un cuerpo la propiedad magnética, en otras palabras: Imantar. Manuela Bernarda está desesperada y pide ayuda... ya no puede más.
Comentarios
Genial ese monólogo inicial.
Y estupendo post!
Un saludo
Marian