Llevaba callada muchos años, pero ahora no podía contenerse así que siguió callada otros muchos años. Pero ésta es otra historia. La crónica que me ocupa hoy tiene que ver con Martina Surcando, que es periodista, tiene 40 años y es vecina -puerta con puerta- de Raquel Pasta (la que calla). Martina no sólo no calla sino que habla de más. Y eso ayer le pasó factura.
Se disponía a presentar su proyecto periodístico ante el director de Redactores (un programa de televisión que estaba recibiendo los peores datos de audiencia de toda su historia, dos meses). Él, Morcillo Ramón, no se lo había pedido, por el contrario no reconocía la crisis por la que atravesaba su espacio. En un principio recibió mal que una redactora le propusiera a él, don Morcillo, unos cambios en la estructura que había parido...
¡Qué se creerá esta niñata, venir a darme lecciones a mí, don Morcillo, el puto amo de los programas periodísticos, el puto amo de las audiencias inteligentes, el puto amo... ! Sin poder acabar la frase interior, se echó a llorar por dentro; pero lo tapó facialmente con una sonrisa y un: ¿Puedes leerme otra vez el tercer punto, Martina, por favor?
Martina, que sabe escuchar más las voces interiores ajenas que las sonoras, se enteró del jaleo que tenía don Morcillo en la cabeza. Él dijo que estaba muy bien su idea y que debemos ponernos en marcha con los cambios, porque el tiempo va en nuestra contra. Pero ella, más centrada en los pensamientos iniciales de don Morcillo, se quedó con lo de niñata y el ego silencioso de su jefe.
Así que habló de más. No importa lo que le dijo, sencillamente se pasó tres pueblos y la dejó fuera de juego. No la despidió, peor, dejó que se quedara en su parcela de trabajo para ver cómo el programa moría solo. Se arrepintió, pero como escucha más lo que oye fuera por dentro que lo que suena dentro de ella, llegó tarde para rectificar. Hoy, ha decidido escuchar a Raquel Pasta.
Se disponía a presentar su proyecto periodístico ante el director de Redactores (un programa de televisión que estaba recibiendo los peores datos de audiencia de toda su historia, dos meses). Él, Morcillo Ramón, no se lo había pedido, por el contrario no reconocía la crisis por la que atravesaba su espacio. En un principio recibió mal que una redactora le propusiera a él, don Morcillo, unos cambios en la estructura que había parido...
¡Qué se creerá esta niñata, venir a darme lecciones a mí, don Morcillo, el puto amo de los programas periodísticos, el puto amo de las audiencias inteligentes, el puto amo... ! Sin poder acabar la frase interior, se echó a llorar por dentro; pero lo tapó facialmente con una sonrisa y un: ¿Puedes leerme otra vez el tercer punto, Martina, por favor?
Martina, que sabe escuchar más las voces interiores ajenas que las sonoras, se enteró del jaleo que tenía don Morcillo en la cabeza. Él dijo que estaba muy bien su idea y que debemos ponernos en marcha con los cambios, porque el tiempo va en nuestra contra. Pero ella, más centrada en los pensamientos iniciales de don Morcillo, se quedó con lo de niñata y el ego silencioso de su jefe.
Así que habló de más. No importa lo que le dijo, sencillamente se pasó tres pueblos y la dejó fuera de juego. No la despidió, peor, dejó que se quedara en su parcela de trabajo para ver cómo el programa moría solo. Se arrepintió, pero como escucha más lo que oye fuera por dentro que lo que suena dentro de ella, llegó tarde para rectificar. Hoy, ha decidido escuchar a Raquel Pasta.
Comentarios
No me gustaría ser psicoanalista de Martina... la verdad.