
Me quedé mirando al músico de Jazz en tonos grises, negros y silencios interiores. Después de beberme 5 Gin Tonics y el culo de un mojito ajeno, le puse un círculo rojo y me lo compré por 600 euros. Al día siguiente amanecí en el sofá, vestido y una pedrada en la cabeza insoportable. Y él, el músico de Jazz me miraba desde la silla con la misma cara que tenía cuando me bebí la primera copa. Nunca me había comprado un cuadro en mitad de una empanada etílica.
El anterior lo compré en Ikea, porque hacía juego con la impresora vintage que me regaló Zapico, el administrador de El Macetero a Sueldo SL (una trastienda sin tienda y muchas ganas de no cerrar el inexistente negocio). Los demás cuadros, carteles y grabados que adornaban mi piso me los habían regalado en cumpleaños. Pero con éste no me pude resistir; me miraba a los ojos y me hablaba, como La mujer del cuadro (Fritz Lang, 1944) a Edward G. Robinson, pero sin seducción sexual y sin trama de misterio. Era más bien una relación como la de Humphrey con Woody en Sueños de un seductor (Herbert Ross, 1972), pero sin héroes ni antihéroes fuera de contexto.
Hoy hace un año que me desprendí de él. Lo vendí por un precio que no tiene precio. Pasé 10 años con él, más un bonus de 3 días de duelo. Lo echo de menos, pero estoy seguro de que el reflejo que le ha sustituído, enmarcado bajo cristal y firmado por tres iniciales y un cuadradillo ( FRT#), ha sabido incorporar y transformar la sombra que dejó aquel músico en la pared de mi casa. Esta noche vuelvo al mismo garito en el que empezó mi relación con aquel cuadro. Sé que ya no organizan exposiciones y en aquel hueco ahora hay un espejo con marco pajizo. Lo primero que haré será mirarme en él y reconciliarme con mi propio reflejo.
------------
*El músico de Jazz es Óscar Peterson. Y es una interpretación de la foto de la Associated Press, que ilustra el post. Se lo compré a Carro un día cualquiera y por azar, y un precio que no tiene precio.
Comentarios