Raúl Concilio entró en un estado de preocupación que le llevó directo al médico de cabecera; cuyo teléfono ocupa espacio fijo en su mesilla de noche desde que empezaron los mareos y aquellos extraños sueños con cocodrilos que conducen a Roma en Audis caros. Estaba muy preocupado, nunca le había pasado nada parecido. Aquellos síntomas que se mezclaban con ideas que parecían ajenas; aquellas palabras que aparecían en su cabeza, previas a ser verbalizadas, que parecían interponerse entre él y otra persona; esos insultos propios más de un gañán que de un gentleman como él. Podían con él. Pero la gota que colmó el vaso fue que, de madrugada, empezó a escuchar los latidos del corazón a un volumen totalmente desconocido. Brutalmente grave.
Después, unas voces que sin venir de la realidad decían verdades de ficción, como puños y manoplas con clavos. Esperó hasta la hora prudente, no más y salió corriendo a la consulta doctor Prudente Genial. Uno a uno fue narrando cada síntoma, los detalles y matices colaterales del mal que le acosaba desde que realizó la última trasferencia a su otro médico, el neurólogo y psiquiatra A. Gregado Manresa. Prudente iba anotando lo relatado y más. Precisamente su especialidad es extraer información médica de donde ningún facultativo sacaría nada más que sequedad. No empatiza, sólo anota y analiza a medida que el paciente va depositando en él toda la carga con la que viene.
Tras un silencio prolongado y concluida la enumeración de síntomas, Prudente dijo Lo tengo. Es muy raro, pero no hay duda. Don Raúl, usted tiene un eclipse racional. Consiste en que sus intenciones se interponen entre usted y el espacio que ocupa en la vida. De ese modo, se produce una oscuridad que le impide mirar -que no ver- con claridad. De este modo, como si una mano oprimiera sus arterias, se registra una merma personal que provoca mareos y cocodrilos oníricos... y todos conducen a Roma en Audi caro. De hecho, yo fui cocodrilo, pero lo dejé cuando entré de interno. Lo mío era una enfermedad llamada oclusión cimentada. Tómese esto con calma y cada ocho horas. Nos vemos a la vuelta de todo.
Después, unas voces que sin venir de la realidad decían verdades de ficción, como puños y manoplas con clavos. Esperó hasta la hora prudente, no más y salió corriendo a la consulta doctor Prudente Genial. Uno a uno fue narrando cada síntoma, los detalles y matices colaterales del mal que le acosaba desde que realizó la última trasferencia a su otro médico, el neurólogo y psiquiatra A. Gregado Manresa. Prudente iba anotando lo relatado y más. Precisamente su especialidad es extraer información médica de donde ningún facultativo sacaría nada más que sequedad. No empatiza, sólo anota y analiza a medida que el paciente va depositando en él toda la carga con la que viene.
Tras un silencio prolongado y concluida la enumeración de síntomas, Prudente dijo Lo tengo. Es muy raro, pero no hay duda. Don Raúl, usted tiene un eclipse racional. Consiste en que sus intenciones se interponen entre usted y el espacio que ocupa en la vida. De ese modo, se produce una oscuridad que le impide mirar -que no ver- con claridad. De este modo, como si una mano oprimiera sus arterias, se registra una merma personal que provoca mareos y cocodrilos oníricos... y todos conducen a Roma en Audi caro. De hecho, yo fui cocodrilo, pero lo dejé cuando entré de interno. Lo mío era una enfermedad llamada oclusión cimentada. Tómese esto con calma y cada ocho horas. Nos vemos a la vuelta de todo.
Comentarios
No voy a enumerar lo que me llevo (el eclipse racional por supuesto), sólo añadir que esta velocidad de vértigo en la escritura y la lectura eclipsa a veces grandes pedacitos literarios como este.
Hay que tomárselo con calma y volver, no sé si cada ocho horas, pero hay que volver. isa