No podía dejar de darle vueltas a un asunto –sin quitarse la tragedia de Miguel Estrogoff de la cabeza-. Darío Barco estaba obsesionado con entender la razón empresarial sobre las escobillas blancas. ¿Por qué todas las escobillas (sí, las que acompañan al váter) son blancas? No sólo es indigno, está pensado –exclama- con el culo. Caminaba por una acera de Madrid y al llegar a su coche se dio cuenta de que le habían doblado la matrícula trasera por las últimas letras XP. La enderezó y se cagó en el autor vándalo.
Por qué las escobillas no pueden ser negras... u ocre. Se lo preguntaba sin cesar. Llegó a una gran superficie donde se levanta un colosal comercio de productos de bricolaje y menaje del hogar. Se pateó todos los pasillos. Compró un par de bombillas, unas alcayatas y pilas recargables. A última hora decidió pasarse por la zona de baños. No daba un duro por encontrar respuesta a su pregunta, hasta que encontró una escobilla negra. La felicidad llegó a su vida. No se lo esperaba. La obsesión había terminado.
Cuando llegó a su calle, a su acera, a su barrio, todo contento, salió del coche y se dio cuenta que el doblador de matrículas seguía un patrón. La suya no era la única, había otros cinco coches que habían sufrido la misma travesura. Y lo más cachondo. Todas llevaban la X. ¡Qué tipo de obsesión patológica tiene este individuo! Pero Darío Barco era feliz con su escobilla y nada podía perturbarle el día.
Al día siguiente vio al malhechor, al doblador de matrículas X actuando en la suya de nuevo, pero ahora en la delantera. Será cabrón. ¡Eh tu, qué haces! El vándalo se giró y lejos de salir corriendo se encaró con Darío. Sacó una escobilla blanca del bolsillo interior de su chaqueta cual espadachín y le dijo: Mi nombre es Iván Ogareff, tu traicionaste a los tártaros, prepárate para morir. Darío Barco no tardó en contestarle: estás mezclando a Iñigo Montoya en todo esto y tú eres el que traicionaste a Miguel Estrogoff... ¡Bárbaro! Y desenfundó su flamante escobilla negra.
Iván bajó la guardia, le gritó ¡Calla canalla! ¡Calla canalla! Y se marchó corriendo.
Por qué las escobillas no pueden ser negras... u ocre. Se lo preguntaba sin cesar. Llegó a una gran superficie donde se levanta un colosal comercio de productos de bricolaje y menaje del hogar. Se pateó todos los pasillos. Compró un par de bombillas, unas alcayatas y pilas recargables. A última hora decidió pasarse por la zona de baños. No daba un duro por encontrar respuesta a su pregunta, hasta que encontró una escobilla negra. La felicidad llegó a su vida. No se lo esperaba. La obsesión había terminado.
Cuando llegó a su calle, a su acera, a su barrio, todo contento, salió del coche y se dio cuenta que el doblador de matrículas seguía un patrón. La suya no era la única, había otros cinco coches que habían sufrido la misma travesura. Y lo más cachondo. Todas llevaban la X. ¡Qué tipo de obsesión patológica tiene este individuo! Pero Darío Barco era feliz con su escobilla y nada podía perturbarle el día.
Al día siguiente vio al malhechor, al doblador de matrículas X actuando en la suya de nuevo, pero ahora en la delantera. Será cabrón. ¡Eh tu, qué haces! El vándalo se giró y lejos de salir corriendo se encaró con Darío. Sacó una escobilla blanca del bolsillo interior de su chaqueta cual espadachín y le dijo: Mi nombre es Iván Ogareff, tu traicionaste a los tártaros, prepárate para morir. Darío Barco no tardó en contestarle: estás mezclando a Iñigo Montoya en todo esto y tú eres el que traicionaste a Miguel Estrogoff... ¡Bárbaro! Y desenfundó su flamante escobilla negra.
Iván bajó la guardia, le gritó ¡Calla canalla! ¡Calla canalla! Y se marchó corriendo.
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*La imagen superior procede "ProgramandoAndo".
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