Desde que se ha levantado Carlos Clavo Martillo no se quita de encima un pestilente olor a… papel viejo y húmedo. Se ha duchado, su ropa está limpia (es más, añade más suavizante perfumado del normal a sus coladas, esencia a caña de zapateta), no entiende de dónde puede venir… Se mira por delante, por detrás, revisa sendas suelas de sus zapatos por si hubiera pisado algún elemento sospechoso. Por si acaso también se huele las axilas –una a una- con disimulo, no quiere contagiar su paranoia al resto de su oficina, ni levantar sospechas.
Son las 16 horas y sigue apestando, cada vez más pronunciado… Percibe un mal gesto en uno de sus jefes, cara de asco (en cara de asno) y el estado paranoide de Clavo Martillo se dispara del todo. Apesto, apesto, apesto… se dice para sus adentros. Llama a su tía, con la que vive por insolvencia personal, y le consulta a qué puede deberse esta peste. Josefina Clavo Fresa le cuelga porque está atendiendo la llamada de otra persona.
Perplejo y desesperado Clavo Martillo sale a la calle a darse una vuelta sobre sí mismo. Con más esmero, a ver si descubre el origen del misterio. Recibe una llamada de un tipo muy serio que se lo desvela: No eres tú, son los demás, pero no son conscientes. Tú hueles a berenjena serena con matices cobrizos y pluma de alimoche. Y tampoco lo sabes. Todos somos un conjunto de aludes aromáticos. Yo, por ejemplo, no huelo a nada. Así soy. Dicen que “los sin olor” tenemos el deber moral de avisar a los que no saben por qué creen oler a lo que no son. Por eso, te llamo...
…¿Y cómo te llamo yo a ti? Lucio Mazorca Chapín. Pues bendito seas, Mazorca.
Salud!
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