Se separó un par de metros, pronunció una hache aspirada y siguió con la vista el contorno del platillo; seguía sin ver sus límites. Pronto entendió que para llegar a hacerse una idea de la dimensión de aquello, tendría que alejarse tanto como para perder la perspectiva. Se asustó, porque no sabía si tras alejarse tanto del platillo y/o de sí mismo podría/desearía regresar al punto de partida. Le temblaba hasta la última uña del pie derecho.
Finalmente se alejó todo lo que pudo… porque le pudo el deseo de mirar. A mí, mientras me lo contaba todo, me recordaba al sueño de Mateo , y no sé muy bien por qué, también a los conflictos entre Rosaura y Paulina; eso ya es cosecha mía y me lo haré mirar. El caso es que Bernard se fue tan lejos que incluso llegó a no reconocerse ni a él mismo. Cuando desde tanta distancia, vio aquel punto perdido en el desierto lo primero que sintió fue un deseo irreprimible de reír. No paró en un rato.
Después, mientras seguía caminando al horizonte incierto y vacío, no pudo contener las lágrimas. Lloró desconsoladamente durante los siguientes tres kilómetros. Se paró, encontró un pequeño cubo de basura lleno de eso… basura. Materia orgánica e inorgánica mezclada por azar y necesidad, bien mezclada; de color negro con tonos grises.
Y en la mitad de ese pequeño barrizal de miseria residual descubrió una hoja verde de aguacate . Venció al asco y liberó un poco a la hoja, que inmediatamente tomó postura… Ésta se lo agradeció con creces y un apretón de manos.
Al despertar lo recordaba todo, de hecho me lo contó casi inmediatamente. Al final del espacio onírico e infinito no había nada… o todo. No estaba ni contento ni lo contrario, pero lo primero que hizo fue poner los pies sobre el viejo parqué de su piso y hacerlo crujir, con ganas. Después, por la tarde se fue al dentista y mañana tiene cita con el otorrinolaringólogo.
Salud!
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