Supieron que era él, Román Sòplàjer por el pendrive ignífugo que llevaba colgado al cuello. El resto del cuerpo estaba completamente calcinado y lleno de certezas salpiconas. Olía a mala hostia y pocos amigos, pero esos matices sólo los podía apreciar el detective Evaristo Privado. Conocía su historia desde el principio y no estaba dispuesto a compartirla con la Policía, ni mucho menos con los agentes de movilidad urbana. Se debía a Octava Fraile, la novia del cadáver, y a nadie más. Ella puso precio al proceso de búsqueda.
No se sorprendió cuando Evaristo le pasó el informe. Era lógico, le había extendido un cheque en blanco (y negro) por encontrarlo muerto cuando todo el mundo daba por hecho que estaba vivo. No, no le quemó Privado ni lo mató. La gente adoraba a Sòplàjer, demasiado. Pero las certezas salpiconas sólo podían llevar a una dirección, la de su amigo (¡mejor amigo!) Astuto Galván. En una ocasión, una cena de Navidad, borracho perdido, aseguró -sonriente en mitad de una conversación sobre la muerte-, que Román se ahogaría en su propia seguridad...
Poco después, Octava, pillaba en el baño a Astuto practicándose una certeza... Con la sorpresa y el sobresalto la salpicó. No hubo sobresueldo en ese momento que la mantuviera callada. De hecho gritó, pero el secreto sólo lo compartiría poco después con Privado. Había llegado la hora de enterrar la duda y encontrarse con Astuto... Y así lo hicieron, pero éste, se había quitado la vida. Evaristo y Octava lo olieron antes de llegar, tanto, como la inseguridad implosiva que impregnaba su casa. No superó estar permanentemente a la sombra del acento que siempre apoyaba y enfatizaba a Román.
Salud!
No se sorprendió cuando Evaristo le pasó el informe. Era lógico, le había extendido un cheque en blanco (y negro) por encontrarlo muerto cuando todo el mundo daba por hecho que estaba vivo. No, no le quemó Privado ni lo mató. La gente adoraba a Sòplàjer, demasiado. Pero las certezas salpiconas sólo podían llevar a una dirección, la de su amigo (¡mejor amigo!) Astuto Galván. En una ocasión, una cena de Navidad, borracho perdido, aseguró -sonriente en mitad de una conversación sobre la muerte-, que Román se ahogaría en su propia seguridad...
Poco después, Octava, pillaba en el baño a Astuto practicándose una certeza... Con la sorpresa y el sobresalto la salpicó. No hubo sobresueldo en ese momento que la mantuviera callada. De hecho gritó, pero el secreto sólo lo compartiría poco después con Privado. Había llegado la hora de enterrar la duda y encontrarse con Astuto... Y así lo hicieron, pero éste, se había quitado la vida. Evaristo y Octava lo olieron antes de llegar, tanto, como la inseguridad implosiva que impregnaba su casa. No superó estar permanentemente a la sombra del acento que siempre apoyaba y enfatizaba a Román.
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