
Le gusta su trabajo, nunca tiene una mala cara. Canta y parece divertirse mientras se patea las calles del barrio… barriendo pa’ fuera de casa. Yo pensaba que canta al ritmo de la música de su mp3, pero no tiene. Es arranque personal. Un día le sorprendí simulando estar en mitad, sin arrancarse del todo, de El lago de los cisnes. Entonces pasó Monchi, el falangista empedernido, y le llamó maricón. Rodolfo siguió a lo suyo y Monchi pasó de él.
Los niños de meten con él, los adolescentes también, pero Rodolfo sigue a lo suyo. Lleva más de un mes sin aparecer por el barrio. Nadie sabe nada de él. Las calles de su competencia están igual de limpias, igual de sucias, están… como siempre. Le sustituye un tal Ramiro, que es un tipo con malas pulgas, rudo y gangoso. Iba a preguntarle, pero pasé. Alguien lo hizo por mí: los chavales que se meten con Rodolfo. Y cuándo vuelve, les oí preguntar con cierta ansiedad. A Ramiro no le entendí, pero por el grito jovial de ellos, niños y adolescentes, deduzco que en breve reaparecerá.
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