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SEÑOR BAJITO EN WC BOTÁNICO

No había parado en toda la mañana. Cuando Gustavo tuvo un segundo para ir al baño no lo dudó… y tampoco le quedó otra. A no ser que quisiera hacérselo encima; que no era el caso. No había nadie, él solo de pie enfrentado al urinario. Tardó, pero al fin salió el efluvio de tensiones acumuladas desde las 7 a las 11.

Alguien le llamó la atención. Tres golpecitos en el hombro. Se giró, pero no vio a nadie. Bajó la mirada y se encontró con un señor muy bajito –no levantaba un palmo del suelo recién bañado en lejía- que le miraba con atención. Pero no dijo nada. Gustavo no sabía cómo había podido llegar al hombro y juntar tres golpes consecutivos en el mismo salto.

Terminó, se abrochó los botones, se lavó las manos y el señor seguía ahí… Mirándole, sonriendo, pero sin abrir la boca. Gustavo se secó las manos y le preguntó. ¿Nos conocemos? Nada… silencio. Bueno, pues a más ver. Y cuando iba a salir al pasillo, el señor bajito carraspeó. Dime, dijo Gustavo…

Le he estado observando y me da la sensación de que usted necesita un paseo por el jardín botánico. ¿Con este frío? Sí, con este frío. Mire usted, yo soy bajito, pero no estoy idiota, sé cuando alguien necesita el servicio arbóreo. ¿Perdón? Disculpe, pero es que no entiendo nada. Ya me imagino. A mí cuando me encomendaron esta misión, tampoco me lo creía. ¿Misión? Perdone, señor, pero tengo mucho trabajo…

Usted no tiene tanto trabajo, pero así lo cree. Vaya, pues ya me dirá cómo lo hago. Venga conmigo al jardín y le cuento… Que no, oiga, que yo no voy a ningún lado. El señor bajito se puso a saltar y después a cantar “Las campanas de Linares” de Rafael Farina.

Tras parpadear, Gustavo se encontró en el Jardín Botánico paseando con el señor bajito. Paseaban y estaban a la misma altura. El suelo no era de arena… caminaban sobre el mar. Peces espada y mantas pasaban por debajo. ¿Los ves? Qué tengo que ver. Pasea, no pienses. ¿Cómo es que has crecido de pronto? ¿Eso te sorprende más que estar aquí… entre árboles y sobre el océano? Pues sí.

Mira, me llamo Rómulo y soy el director de la empresa que compite con la compañía para la que trabajas. Esto no es un sueño, es una aplicación del nuevo programa que estamos desarrollando. ¿Cómo lo ves? Negro, muy negro… Y yo soy el elegido para traicionar a mi empresa y ahora me lo vas a decir ¿verdad? No, Gustavo, yo soy tu padre…

Entonces Luján, oníricamente Gustavo, despertó y fue corriendo a contarle el sueño a Javier Iglesia… El resto de la historia, ya la conocéis.

Salud!

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
La Zapateta dice:

jajajajajajajaaja.
Simplemente genial. Nada más que decir. Bravo.

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