
Cuando despertó esta mañana de Martes segundo de mes, Ninguno Cualcuier no paró de escribir cada detalle del sueño. Algunos matices eran nítidos, otros formaban trazos sobre borradores de borradores que se desleían a toda velocidad. Confundía recuerdos del futuro con visiones del pasado, mezclaba olores con sonidos ajenos. Por ejemplo, creyó charlar en el mismo sueño con su peor enemigo: Deduzco Ancho. Pero eso no pasó, y sí se echó una Pocha con él (parecido al Tute). Olió a jazmín, cuando el aroma predominante, antes de saltar a los Campos Elíseos, era a leña...
Artía Decó, su mujer y amante, sí estaba con él en esta travesía. Y cuando digo "estaba" es que estaba con él a muerte. Tomara la decisión que tomara ahí no fallaría; jamás le abandonaría. Recordarla, soñarla le confundía. Los detalles se volvían más borrosos con su presencia. Porque ella ya no estaba. Artía se había marchado. La dejó escapar por no tener los recursos adecuados para retenerla. No hablo de secuestro, sino de que no era consciente de lo mucho que la quería. Entonces cometió el mismo error que Benjamín Espósito (Ricardo Darín en El Secreto de sus ojos, Juan José Campanella).
Dejó de escribir, saltó por el túnel, pasó de su enemigo Ancho y fue a buscarla. Por fin había despertado. Y no hubiera podido hacerlo si antes no se hubiese dormido. C´set la vie.
Comentarios