A Gustavo Zarajo cuando se enfada sin saber por qué, le da por colocar esa piedra con la que todos nos tropezamos 'de nuevo' en el mismo lugar: la calle Tercio de nada. Es un cabrón con pintas. Y los demás somos unos cafres. Le damos el placer de relajarse gracias al esquema tan tópicamente típico con el que vivimos. Y el muy gañán, que ha tropezado más que nadie, ha sabido sublimar y cosificarse de tal modo que se ha convertido en el artífice mundial de tropiezos. ¡Qué pedazo de hijo de la gran puta! Le gritó Francis Gauchosky antes de caer de bocas contra el asfalt0.
Cuando está bien, esto es, sin problemas, con los traumas atados, contento, vivo, deja las chinas en su sitio y a los demás en paz. Eso sí, cuando surge una conversación social en la que sale el típico listillo que nunca se equivoca, ahí no hay felicidad ni relajo que contenga a Gustavo... Se disculpa, va al baño, busca la piedra más adecuada y se la planta en el lugar idóneo, es decir, ese aro por el que sabe que el listillo, va a pasar y -cómo no- tropezar. Y además... los demás, nos alegramos... ¡Más! ¡Qué contradicción!
Pero el otro día, se puso de mala hostia sin motivo aparente... Digamos que le sobrevino una repentina crispación sin deniminación de origen que le llevó a actuar en consecuencia. Fue a la calle Tercio de nada y colocó la piedra en su lugar. Era una pieza diferente, de color azulado tirando a Prusia. Rugosa, con cara y cruz... y protuberancias angulosas y toda ella con forma de decálogo sin disciplina madre. No sabía a quién iba destinado el tropiezo. La colocó y cuando vio que nadie pasaba por ahí, es más, la esquivaban sin problemas, se acercó y antes de llegar cayó... cayó de golpe en la cuenta.
Desde ese día se tambalea y anda algo perdido. No hay tropiezos, sino quiebros (los regates clásicos del fútbol). No hay resquemor, mira a un lado y a otro, mira hacia atrás... busca referencias. No encuentra nada, tan sólo una piedra con la que nunca ha tropezado.
Salud!
Cuando está bien, esto es, sin problemas, con los traumas atados, contento, vivo, deja las chinas en su sitio y a los demás en paz. Eso sí, cuando surge una conversación social en la que sale el típico listillo que nunca se equivoca, ahí no hay felicidad ni relajo que contenga a Gustavo... Se disculpa, va al baño, busca la piedra más adecuada y se la planta en el lugar idóneo, es decir, ese aro por el que sabe que el listillo, va a pasar y -cómo no- tropezar. Y además... los demás, nos alegramos... ¡Más! ¡Qué contradicción!
Pero el otro día, se puso de mala hostia sin motivo aparente... Digamos que le sobrevino una repentina crispación sin deniminación de origen que le llevó a actuar en consecuencia. Fue a la calle Tercio de nada y colocó la piedra en su lugar. Era una pieza diferente, de color azulado tirando a Prusia. Rugosa, con cara y cruz... y protuberancias angulosas y toda ella con forma de decálogo sin disciplina madre. No sabía a quién iba destinado el tropiezo. La colocó y cuando vio que nadie pasaba por ahí, es más, la esquivaban sin problemas, se acercó y antes de llegar cayó... cayó de golpe en la cuenta.
Desde ese día se tambalea y anda algo perdido. No hay tropiezos, sino quiebros (los regates clásicos del fútbol). No hay resquemor, mira a un lado y a otro, mira hacia atrás... busca referencias. No encuentra nada, tan sólo una piedra con la que nunca ha tropezado.
Salud!
Comentarios
Luego la buscas sin descanso y ..... espero volverla a encontrar.
¿sera su cuerpo que le escribe un e-mail?
Una piedra en forma de decálogo pero sin disciplina madre(no Padre)(maravilloso!!!) no puede servir de referencia, claro.
Me está sobreviniendo un repentino desconcierto sin denominación de origen, tengo que seguir con mi mecanismo defensivo o enloqueceré.
Buenas noches.
Antoñita la Fantástica