Cuatro horas le bastaron a Código Daiton para saber que era falso. En ese tiempo descubrió que no era cierto primero, y que lo cierto era que había perdido el tiempo por algún resquicio de su confundida cabeza. Después, decidió comerse una castaña tubular (muy típica de Villahunt, una desconocida comarca caucásica) recién caída del guindo, para paliar el dolor que le había ocasionado saberse libre... Descubrirse a sí mismo lejos del fortín en el que había habitado desde niño. Un fuerte inexpugnable, lleno de amenazas exteriores, donde sovrevivió para no vivir.
El trabajo de años emergió en 4 horas. Lo más difícil, pensó en la 2ª hora, fue hacer preguntas donde no había dudas. Lo más difícil, insistía, fue cuestionar a los comandantes del fuerte: Don Tomaso Inquieto, Don Mificado Gutiérrez y Doña Solventa Tumbada. Ellos le protegieron y alimentaron de sueños toda la vida. Ellos hablaban y él escuchaba. Ellos manejaban y él actuaba bajo su mandato. Aquellas pautas eran sagradas. Ellos administraban ideas y dineros, y él disponía del legado... Un día algo pasó que detectó un movimiento chocante. Pero poco duró el avistamiento, porque consciente e inconsciente se aliaron dentro de él para girar la vista hacia otro lado.
Sin embargo, aquel hueco por el que se coló la primera duda dio entrada... al trabajo. Y a Sostenido Herrera, un tipo que sabe lo que se hace, y que por necesidad lo hace a espaldas de los comandantes... Aunque, paradójicamente, ellos le contrataron para hacerlo. Su misión en el fortín era mantener el equilibrio... Lo que ellos ignoraban es que el equilibrio sólo puede ser tal si es azuzado por el desequilibrio. Y Código ya había quebrantado todas las normas con aquel... lapsus, con aquel avistamiento. Una cosa llevó a otra y terminó charlando a diario con Sostenido; y charlar con éste es dejar de mirar para otro lado. Eso sí, poco a poco, despacísimo... porque siempre cabe el riesgo de romperse el cuello en mitad de un giro brusco.
En la tercera hora, cerca de la 4ª... se hizo las últimas preguntas: ¿Me puedo fiar de los comandantes? O mejor... ¿Me puedo permitir desconfiar de los comandantes? Y desconfió. En ese momento, justo después del minuto 59 de la 4ª, el fortín empezó a resquebrajarse. Cayeron los muros y no entraron los indios (las amenzas) sino que empezaron a salir de todas partes, del interior. Código vio como su mundo y el exterior se fundían. Lloró, rió, gritó, sobrevivió, murió, resurgió y por fin... comenzó a vivir gracias a su do de pecho guiado por el... sostenido.
Salud!
El trabajo de años emergió en 4 horas. Lo más difícil, pensó en la 2ª hora, fue hacer preguntas donde no había dudas. Lo más difícil, insistía, fue cuestionar a los comandantes del fuerte: Don Tomaso Inquieto, Don Mificado Gutiérrez y Doña Solventa Tumbada. Ellos le protegieron y alimentaron de sueños toda la vida. Ellos hablaban y él escuchaba. Ellos manejaban y él actuaba bajo su mandato. Aquellas pautas eran sagradas. Ellos administraban ideas y dineros, y él disponía del legado... Un día algo pasó que detectó un movimiento chocante. Pero poco duró el avistamiento, porque consciente e inconsciente se aliaron dentro de él para girar la vista hacia otro lado.
Sin embargo, aquel hueco por el que se coló la primera duda dio entrada... al trabajo. Y a Sostenido Herrera, un tipo que sabe lo que se hace, y que por necesidad lo hace a espaldas de los comandantes... Aunque, paradójicamente, ellos le contrataron para hacerlo. Su misión en el fortín era mantener el equilibrio... Lo que ellos ignoraban es que el equilibrio sólo puede ser tal si es azuzado por el desequilibrio. Y Código ya había quebrantado todas las normas con aquel... lapsus, con aquel avistamiento. Una cosa llevó a otra y terminó charlando a diario con Sostenido; y charlar con éste es dejar de mirar para otro lado. Eso sí, poco a poco, despacísimo... porque siempre cabe el riesgo de romperse el cuello en mitad de un giro brusco.
En la tercera hora, cerca de la 4ª... se hizo las últimas preguntas: ¿Me puedo fiar de los comandantes? O mejor... ¿Me puedo permitir desconfiar de los comandantes? Y desconfió. En ese momento, justo después del minuto 59 de la 4ª, el fortín empezó a resquebrajarse. Cayeron los muros y no entraron los indios (las amenzas) sino que empezaron a salir de todas partes, del interior. Código vio como su mundo y el exterior se fundían. Lloró, rió, gritó, sobrevivió, murió, resurgió y por fin... comenzó a vivir gracias a su do de pecho guiado por el... sostenido.
Salud!
Comentarios
Por cierto yo tendía cuidado con descrbibirnos tanto lugar recóndito y friki en el cáucaso que un día de estos te van a mandar aun par de tipos grandes con pinta de señores del este para "agradecerte" los servicios turísticos, creo que por allí no se lleva que sepan cual es tu pueblo.
¿Será algún tipo de gripe?