
Puso el melocotón -que su amiga Avía Cercana le había traído de Malta- a ras de luz, mientras apretaba el culo. Entonces ocurrió todo lo que Don Exacto prometía. Pero pasaron más cosas: Empezó a hacerse preguntas que jamás se había hecho. Preguntas sobre cosas tan obvias como por qué su abuelo tenía un apellido diferente a su hija, o sea, su madre (Porfiria Lactamol)... cuando ese apellido ni era artístico ni de su madre, o sea su abuela, Victoriana Doscruces. Otra más: ¿Por qué García tardó tanto en darse cuenta de que su primo Román había hecho lo que había querido con su dinero de la herencia?
Por qué, por qué, por qué. García nunca vivió esa etapa preguntona por la que todo crío pasa en algún momento de su infancia, superada la etapa anal. Así que delante del melocotón de su amiga, bajo la luz tungsteno y en mitad del recuerdo de su abuelo, García espabiló y se durmió sin temores. Al día siguiente despertó y fue a la frutería antes de acercarse a la ferretería a renovarse y morir... a la luz del bajo consumo; que cuesta más aceptarlo, pero que a la larga desgasta menos.
Salud!
Comentarios
P.D: a mi los melocotones me dan grima y me cuesta mucho cogerlos, así que supongo que me quedaré con la duda entre otras, de quién se ha quedado con mi herencia.
Me has dejado alucinado con tu post, es buenísimo.